Nosferatu by Fleming Gherbod

Nosferatu by Fleming Gherbod

autor:Fleming, Gherbod [Fleming, Gherbod]
La lengua: spa
Format: epub, mobi
Tags: Sobrenatural, Vampiros
editor: La Factoría de Ideas
publicado: 0100-12-31T23:00:00+00:00


Capítulo 29

Viernes, 24 de septiembre de 1999, 10:00 PM

El lago subterráneo

Ciudad de Nueva York

El sabor de la sal. El agua hinchando sus pulmones atrofiados. El silencioso susurro de la tierra.

Calebros se encontraba a diversos metros por debajo de la superficie. Dejó que las palabras flotaran por su mente como si fueran las suaves olas de una piscina que simula los movimientos del mar: uno en un minuto y uno en una hora. Recorre una milla en cuestión de segundos para entregar mi palabra. Dime, oh, sabio, ¿por dónde voy?

Esperaba que la tierra pudiera susurrarle una respuesta, pero sabía que eso no iba a suceder. Calebros dejó que las palabras volvieran a borrarse de su mente. El Profeta de la Gehena podría haber sido más generoso y haberles dejado algo más que un estúpido acertijo infantil. O puede que el Nosferatu estuviera irritado porque no era capaz de resolver un estúpido acertijo infantil.

El sabor de la sal. El agua hinchando sus pulmones atrofiados. El silencioso susurro de la tierra.

Tenía que relajarse. Si el acertijo formaba parte del puzzle, acabaría encontrando el lugar en el que encajaba. Con el tiempo. O puede que no lo consiguiera. De todas formas, si no lo lograba, como las demás piezas estarían colocadas en su sitio, podría conocer la verdad que contenía la pieza extraviada. De todas formas, aunque ya había conseguido unir muchas piezas, seguía habiendo varios agujeros.

Emmett le había proporcionado un gran número de piezas y le había ayudado a colocarlas en el rompecabezas. Su joven compañero de carnada pronto estaría de vuelta. Su trabajo en el Oeste estaba a punto de llegar a su fin; prácticamente había terminado con Benito. Aunque Emmett no era el más paciente de los Vástagos, su presencia lograría confortar la mente de Calebros.

Otros asuntos, más concretos e inmediatos que el enigma, quedaban en el aire. El Sabbat se había retirado hacia el sur y cada vez estaba más inquieto. Cada noche que pasaba se mostraba más agresivo en Baltimore. Pronto atacaría, y esa era la razón por la que Pieterzoon y Bell habían puesto en marcha un plan desesperado. Habían sellado un incómodo pacto con la Príncipe Michaela de Nueva York (puede que sea el Príncipe de Wall Street, se burlaba Calebros, pero Dios sabe que no lo es del resto de la ciudad) e intentarían llevar a las fuerzas de la Camarilla hacia el norte cuando se presentara la ocasión. Calebros calculaba que tenían un cincuenta por ciento de oportunidades de éxito, y sólo porque se sentía generoso.

Por otra parte, todavía no se sabía nada de Jeremiah desde lo de Siracusa. ¿Habría resultado herido? Tras enfrentarse a Victoria en Atlanta, Anatole se había abalanzado sobre su compañero de clan, el Príncipe Benison, y lo había asesinado. ¿Habría hecho lo mismo con Jeremiah cuando el Nosferatu le había conducido a la gruta que Ramona y Hesha le habían descrito? Era imposible saberlo. ¿En qué momento debería enviar a alguien para averiguarlo?, se preguntó Calebros. La incertidumbre le carcomía como si fueran ratas intentando saborear el último pedacito de carne que quedaba en un hueso.



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